Todos los días los medios de comunicación
informan sobre episodios de deterioro social y ambiental o de daños a personas
y a sus bienes. A veces se trata de desastres naturales, terremotos, huracanes,
sequías, pero en muchos casos se trata de daños producidos mediante la
aplicación del conocimiento científico y de alguna tecnología. Pero también
diariamente leemos sobre los beneficios de la ciencia y la tecnología: terapias
más efectivas para enfermedades que hasta hace poco eran mortales, nuevas
vacunas, robots que hacen cirugía de corazón abierto, sistemas de cómputo y de comunicaciones
que permiten teleconferencias y una mejor educación a distancia, productos
novedosos en la telefonía móvil, en Internet o en aviones para hacer la
comunicación más rápida, segura y económica.
La posibilidad de que el conocimiento
científico y la tecnología se usen para bien y para mal ha dado lugar a
concepciones encontradas acerca de su naturaleza y de los problemas éticos que
plantean. Una de esas concepciones sostiene la llamada “neutralidad valorativa” de la ciencia y de la tecnología.
De acuerdo con ella, la ciencia y la tecnología no son buenas ni malas por sí
mismas. Su carácter positivo o negativo, desde un punto de vista moral,
dependerá de cómo se usen los conocimientos, las técnicas y los instrumentos
que ellas ofrecen a los seres humanos. Esta posición sostiene, por ejemplo, que
los conocimientos de física atómica y el control humano de la energía nuclear
no son moralmente buenos ni malos por sí mismos. Son buenos si se usan para
fines específicos y se cuidan los efectos ambientales; pero son malos si se
usan para producir bombas, y peor si esas bombas se utilizan efectivamente para
destruir bienes y dañar a la naturaleza, o para intimidar y dominar a pueblos o
a personas. Para esta concepción, los conocimientos científicos y la tecnología
sólo son medios para obtener fines
determinados. Los problemas éticos en todo caso surgen ante la elección de los
fines a perseguir, pues son éstos los que pueden ser buenos o malos desde un
punto de vista moral. Pero ni los científicos ni los tecnólogos son
responsables de los fines que otros elijan.
La concepción de la neutralidad valorativa de
la ciencia se basa principalmente en la distinción entre hechos y valores. Las
teorías científicas tienen el fin de describir y explicar hechos y no es su papel
el hacer juicios de valor sobre esos hechos.
A esta concepción se opone otra que propone
un análisis según el cual la ciencia y la tecnología ya no pueden concebirse
como indiferentes al bien y al mal. La razón de esto es que la ciencia no se
entiende únicamente como un conjunto de proposiciones o de teorías, ni la
tecnología se entiende sólo como un conjunto de artefactos. Bajo esta
concepción alternativa, la ciencia y la tecnología se entienden como
constituidas por sistemas de acciones intencionales. Es decir como sistemas que
incluyen a los agentes que deliberadamente buscan ciertos fines, en función de
determinados intereses, para lo cual ponen en juego creencias, conocimientos,
valores y normas. Los intereses, los fines, los valores y las normas forman
parte también de esos sistemas, y sí son susceptibles de una evaluación moral.
"La
tecnología está formada por sistemas técnicos que incluyen a las personas y los
fines que ellas persiguen intencionalmente, al igual que los conocimientos,
creencias y valores que se ponen en juego al operar esos sistemas para tratar
de obtener las metas deseadas "(Quintanilla, 1989).
Las intenciones, los fines y los valores,
además de las acciones emprendidas y los resultados que de hecho se obtienen
(intencionalmente o no), sí son susceptibles de ser juzgados desde un punto de
vista moral.
Bajo esta concepción, entonces, la ciencia y
la tecnología no son éticamente neutrales.
Los sistemas técnicos pueden ser condenables
o loables, según los fines que se pretendan lograr mediante su aplicación, los
resultados que de hecho produzcan, y el tratamiento que den a las personas como
agentes morales.
Cuando los agentes realizan de hecho ciertas
acciones, obtienen efectivamente ciertos resultados, algunos de los cuales
coinciden con los fines perseguidos intencionalmente por ellos y otros no (son
los resultados no intencionales).
Cuando los agentes ponen en juego medios
adecuados para obtener los fines que persiguen, suele decirse que han hecho una
elección racional. Una elección de medios para alcanzar ciertos fines es
racional si esos medios son adecuados para alcanzar esos fines.
La consideración racional de los fines es muy
importante para las evaluaciones éticas en la ciencia y la tecnología. Pues
desde ese punto de vista, siempre debemos analizar si esos fines resultan o no
compatibles con valores y principios que aceptamos como fundamentales desde el
punto de vista moral.
En resumen: los problemas éticos que plantea
la tecnología no se limitan sólo al uso posible de los artefactos, sino que
surgen en virtud de las intenciones de los agentes que forman parte de los
sistemas técnicos, de sus fines, deseos y valores, así como de los resultados
que de hecho obtengan, incluyendo los resultados no intencionales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Los comentarios son moderados por los administradores del blog antes de mostrarse en este espacio.